Te agachas junto a la pila de papeles, tirándolos accidentalmente. Una cantidad inaudita de rechazos, dicendo "gracias por enviarnos tu cuento, desafortunadamente no encaja..." revolotean al tu alrededor en sus muchas variaciones, de revistas y diarios que ni siquiera sabías que existían. Frunces el ceño, abrumado. Odias los rechazos y no puedes imaginarte la razón por la cual alguien se quedaría con las cartas de rechazo. Aunque, tal vez servirían para empezar un fuego en la chimenea. Sonriendo, empiezas a organizarlos de nuevo.
Mientras los levantas, nota marcos pequeños adornando el rincón. Dentro de cada uno hay una carta de rechazo, pero en lugar de mensajes genéricos, tienen rechazos y comentarios personalizados. Al parecer es una galería de rechazos bonitos. Te das cuenta de que Santiago celebra sus rechazos. Que tal vez los rechazos no sean tan malos, porque significan que estás escribiendo. Tal vez sean un signo de avance, aunque no sea el avance ideal. Tal vez. O tal vez está loco. Gruñes en reconocimiento de cualquier manera.
Debajo de los papeles, ves una caja de fósforos.